martes, 20 de abril de 2010

Norberto Tiburcio General que lucho junto a Luperón en la Guerra Restauradora

Oriundo de Jarabacoa. concurrió con tropas formadas por hombres de su pueblo, a pelear por la liberación de La Vega, que culminó exitosamente el 26 de agosto de 1863. Fue enviado a San José de Ocoa en septiembre siguiente, como parte del estado mayor del general Luperón.

El 20 de diciembre recibió orden de trasladarse al estratégico cruce de Piedra Blanca, en febrero fue encargado de la Comandancia de Armas de San Cristóbal. Alcanzó rango de general, fue miembro de la Junta Revolucionaria de Baní, también jefe del cantón de Yaguate.

En uno de sus informes al gobierno provisorio, Tiburcio es vivamente elogiado por el general Luperón, quien destaca la rectitud y la honradez de ese soldado y la contribución que hizo en el campamento de El Maniel para restaurar la disciplina y la moral que, al decir del prócer, habían sido gravemente debilitadas por el general Perico Salcedo.

Tiburcio siguió activo en las luchas políticas en la segunda República, militó principalmente en el campo de los azules, ocupó cargos como el de Jefe Comunal de Jarabacoa en 1876 y el de Gobernador de La Vega, a partir del 9 de julio de 1878. Murió en su pueblo natal el 1º de enero de 1911.

Histórico y patriótico escrito de Norberto Tiburcio al padre Jesús Ayala y García en defensa de la patria y sus soberanía durante las guerras restauradoras.
El padre Jesús Ayala fue fundador de la provincia de San Cristobal, Norberto Tiburcio fue Comandante de dicha ciudad, el padre Ayala fue el primer cura de Jarabacoa en 1858 y firmaba como cura de la parroquia de San Cristobal e interino de Jarabacoa lugar de nacimiento de Norberto por lo que es obvio que ambos debieron conocerse y relacionarse mucho, pero el cura defendía la posición de España e intentó convencerlo lo que fue respondido como vemos a continuación:

República Dominicana. Comandancia de Armas de San Cristobal.

Sr. Cura Jesús Ayala y Garcia:
Ha llegado a mis manos su carta sin fecha, y al contestarla, principiaré por decirle: que cuando tome las armas para defender mi cara patria, hice el voto de morir antes que traicionarla. A ello me inclinaron el amor a la libertad y el conocimiento de que cumplía con mi deber: así es que ni las promesas más halagüeñas, ni los peligros más inminentes podrán hacerme vacilar siquiera.

Veo que se equivocó altamente al creerse que la noticia de una lucha más imponente podría intimidarme y hacerme abandonar las filas de mis hermanos y compañeros, para engrosar las extranjeras donde se nos desprecia y considera indignos de estar a su nivel. No crea, pues, que 15 ni 20,000 hombres de trompa que haya podido traer ese gobierno para sofocar la revolución (que no será más que un lisonjero ensueño) son los que pueden llevarlo a cabo; pues cuando 22,500 según unos, y 30,000 según otros, no lo pudieron conseguir, y sólo sí una baja de catorce mil, que junto con la que obtenga en la actual empresa, costará un ojo de la cara a la España, cuando tenga que emplearlos al desenlace de las cuestiones europeas... Mucho menos cuando mi Gobierno está en masa y ha tomado las disposiciones del caso.

Respecto de Haití puedo asegurar a Ud. que hoy más que nunca es muy amigo nuestro, y ve con impaciencia la dilación de nuestro triunfo; y si no tenemos una fuerza beligerante, es porque mi Gobierno no lo juzga oportuno aun.

Esas noticias como otras cualesquiera no han hecho ni harán más que prepararme a resistir con más energía, porque comprendo que es más glorioso morir por ser libre que vivir esclavo: o como dicen otros: “Malo periculosam libertatem, quam que tam servitutem”.

En cuanto a que creemos en la esclavitud material, también se equivoca usted. Nosotros defendemos la libertad política, el derecho de gobernarnos, de constituirnos en nación independiente y soberana, porque así somos iguales y no hay el privilegio que tienen los españoles establecido en favor de los suyos y en mengua de los nuestros.

Por lo que a mi toca y a nombre de aquellos a quienes se ha dirigido parcialmente (que no han hecho más que vejar sus pretensiones), concluiré por decirle que me parece bien ajeno de su ministerio ese acto de sonsaca y de traición; y no puedo creer que un sacerdote, adornado siempre de virtudes, hoy se transforme, ayudando al verdugo a preparar el camino para después hacer innumerables víctimas.

Influya, pues, Ud. que tanto anhela por sus feligreses, en que se obre de una manera que esté de acuerdo con e l derecho de gentes, “quod tibivis alteri fac;” y que en otra invasión en que sólo debe aterrar el temor del plomo, no se lleven a cabo actos de la más injustificable barbarie.

Soy de Ud. atento servidor. S. Cristóbal, junio 3 de 1864.

El Coronel Comandante de Armas, Norberto Tiburcio.

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